Quién me manda a mí

Du Jing, Lizi Wei, Zhang Weihong... los nombres me empiezan a bailar en la cabeza y la razón busca denominadores comunes para determinar, sólo con el nombre, si se trata de un varón o de una mujer.

No sé ni una palabra de chino. No es broma. El chino ni siquiera me suena a chino. No estoy segura de poderlo diferenciar del mongol, el vietnamita, el tailandés. Del coreano y el japonés, sí -o eso creo-. ¿Y en qué narices se diferencian el cantonés y el mandarín? Jul es capaz de comunicarse con los que venden "selvesa flía" en Tribunal y decirles: "¿Hola, qué tal? ¿De qué nacionalidad eres? Yo soy francés". Está muy bien para echarse unas risas, pero digamos que no tranquiliza mucho. Al menos sé que prácticamente la totalidad de los chinos no pondrá caras raras si cometo algún error hablando en inglés (algo bueno tenía que tener).

Vale, me está entrando el pánico. Sé por qué voy, pero no sé muy bien a qué. La sensación que tengo es la de saltar al vacío.
Este es mi paracaídas: matricularme en la NPU (Northwestern Polytechnic University of Xian) para cursar un semestre de chino y que me den un visado y no ser ilegal y que me metan en la cárcel (no está mal). Empezar a estudiar otro idioma (van seis) no me hace especial ilusión, que quien mucho abarca poco aprieta (o, según Carlos, poco f...). Y en cuanto a buscar trabajo... igual me replanteo si merece la pena ser explotada 40 horas semanales por el equivalente de 50 euros al mes, ¿no?

No tengo billete de avión, no tengo visado, no tengo una guía de China, no tengo la filmografía completa de Jackie Chan.

Tengo miedo, ganas, y un set de palillos lacados en blanco.

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