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Lèshan

Imposible quedar indiferente ante semejante bestialidad de escultura. El Gran Buda de Leshan (乐山大佛), de 71m de altura, es el más grande del mundo. Teníamos dudas sobre si debíamos ir a Emei Shan o a Leshan y creo que tomamos la decisión apropiada en relación la cantidad de tiempo de que disponíamos.

La ciudad en sí, pequeña y repleta de tiendas de calzado y ropa, cuenta con la ventaja de que la tarifa base de los taxis es de 2RMB en lugar de los 6RMB de Xi'an. Tras el paseo de rigor por la montaña del buda (salpicada, cómo no, de puestos de comida y tiendas de jade) y ver la enorme campana de bronce, jardín de bonsáis, estanque de peces rojos, fuente del yin-yang, etc., comimos en el centro en un restaurante famoso por su variedad de platos a base de tofu (ese derivado de la soja con aspecto de queso blanco), y nos gustaron unos más y otros nada. Nos invitaron Antoine (hermano mayor de Jeff, que trabaja como profesor de inglés en un pueblo de la región) y su novia china, Lin Jing, que se emocionó mucho cuando saqué mi cuaderno y le leí algún párrafo en chino.

Para admirar la montaña del buda en todo su esplendor es muy recomendable tomar una embarcación (2RMB) que en dos minutos nos conduce a un montículo de tierra (llamarlo isla sería un piropo inmerecido) en medio del río. Esquivando feriantes de poca monta, vendedores de globos de helio y sillas de plástico de un chiringuito improvisado, pisamos metros y metros de cantos rodados y, con suerte, en la foto se apreciará la escala del Gran Buda (clic para agrandar):

Del resto de la "ciudad", poco más que destacar. Como viene siendo habitual, las calles más humildes y destartaladas son las que dan mejor cuenta de la vida china y son, por tanto, mis favoritas.


Chéngdu

A mediados de noviembre, a Julien le regalaron un zippo de Jack Daniel's precioso. "¿Lo habrás sacado de la mochila, verdad?" Aquí en China no se andan con tonterías, y en el control de seguridad te quitan hasta las cerillas. "Sí, sí, por supuesto". Poco más y perdemos el avión. Tuvo el tiempo justo de salir otra vez, dejarlo en una consigna hasta el domingo (5 yuan por día, y a punto estuvo también de perder el resguardo), y correr los cuatro a la puerta de embarque que, para seguir la tradición, estaba en la otra punta de la terminal.

Todo nuestro avión hacía cola para el taxi a la salida de Llegadas. Una china se nos acercó y medio nos susurró que por 100 yuan nos llevaba al centro. Dos minutos bastaron para que el precio descendiera a 70RMB. Acto seguido nos llevó hasta un ascensor que conducía a Salidas, hizo una llamada telefónica en la que pude entender el precio pactado y el nombre de nuestro hotel, y un Volvo negro con los cristales tintados subió por una rampa a toda velocidad y se detuvo, sin aparcar, con un amago de derape. Hubo un momento de indecisión en que nos miramos entre nosotros y Axelle dijo "je vais pas entrer là dedans, les gars". Para añadir un poco más de estrés, la señorita del móvil no dejaba de repetir "¡rápido, rápido!" en chino... Lógico, por mucho que no detengan a los miles de millones de vendedores ambulantes, quizás lo de las licencias de los taxis se lo tomen más en serio... En cualquier caso, el conductor debió de notarnos tensos y empezó a entablar conversación. Nos dejó justo donde debía, no nos desvalijó ni descuartizó en un descampado, y además fue muy amable. ¡Qué más le pides a un taxista chino!


Resultó que nuestro hostal estaba en uno de los "distritos tradicionales" (más bien imitación de la arquitectura china pero con un agradecido Starbucks infiltrado, véase la foto del porexpán pintado). Justo enfrente del hostal (Dragon Town Hostel), una pequeña cantina con terraza nos dio una muestra de por qué se dice que la gastronomía de la región es la más especiada y picante de China... vamos, que no cené mucho.

En Renmin Square, Mao te saluda. Se trata de una gran plaza con una fuente psicodélica verde y dorada, cercada por grandes edificios de oficinas y próxima a la zona comercial (incluso hay un ZARA). Se empieza a notar que estamos en el sur, la gente tiene la piel más oscura, las facciones diferentes, se dice que la parte occidental de Sichuan formaba parte del Tibet histórico. De hecho, el mercado tibetano es una de las atracciones turísticas de la ciudad, así como el parque del templo budista Wenshu, donde vimos una procesión religiosa sólo de mujeres vestidas con una casaca marrón y un cordel, a lo franciscano, y donde Axelle y yo nos impregnamos de los usos locales e hicimos unas poses de taichí.

Pero si por algo es conocido Chengdu, aparte de por el terrible terremoto de mayo de 2008 (del cual no encontramos rastro alguno), es por su Centro de Investigación y Reserva de Pandas, al que acudió la Reina Sofía este año para iniciar trámites de adopción del que será heredero de Chulín para el Zoo de Madrid. A algunos les decepcionó que los pandas no tuvieran suficiente espacio (la "reserva" natural es en realidad un parque compartimentado en espacios más pequeños, delimitados por zanjas lo suficientemente profundas (al menos han tenido a bien evitar las rejas y las vallas). Me sorprendió que existan unos pandas rojos, del tamaño y el aspecto de un mapache, y que los bebés panda de seis meses pesen 80kg y tengan que arrastrarse porque no pueden caminar. Qué monada, parecían de veras de peluche, les daban biberón y los cepillaban... De no ser por el peso, me habría metido alguno en la maleta. Como en teoría no se les puede hacer fotos, esto es lo único que saqué a escondidas:

Debo confesar que nos apañamos mejor de lo esperado negociando trayectos cortos con los taxistas dentro de la ciudad. Sólo uno intentó timarnos de forma descarada, haciendo cosas tipo derecha-izquierda-izquierda, para volver a incorporarse a la misma calle, mientras por radio fingía preguntar dónde quedaba nuestro hotel. Sucedió al regresar de la excursión a Leshan, después de un par de horas infernales en autocar, y un incidente en que se vieron implicados problemas de esfínter y una botella de agua mineral. Estaba tan quemada y ciprofloxacino me había puesto tan mal cuerpo que me lié a gritos con el taxista (se conoce que la histeria mejora mi fluidez verbal en lengua extranjera), que en dos minutos nos llevó a destino. Me bajé, le pagué un tercio de lo que indicaba el taxímetro y pegué un portazo. El timador, que al principio se reía, se mosqueó un poco pero ni llegó a bajarse del vehículo. Igual podía habernos perseguido con un cuchillo de trinchar pato en la mano, pero afortunadamente no fue el caso. Qué queréis que os diga si la indignación me pierde.

Instantáneas del mercado tibetano, por cortesía de Axelle
La artesanía y la gastronomía son importantes para un chino pero, ¿quién dijo que la higiene no? Limpiadores profesionales de orejas en plena calle:

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