Golden Week (III): Song Shan


No es necesario pasar por Denfeng para llegar al templo Shaolin (少林寺), situado en una de las cinco montañas sagradas del taoísmo, Song Shan (嵩山), cuna, además, del budismo "zen" que Japón importó e hizo suyo. Su popularidad ha alcanzado tal grado que desde prácticamente cualquier ciudad de la provincia de Hénán salen buses con parada obligada en, aparentemente, la mitad de ninguna parte. El paisaje desde el autobús es agradable, a medida que vamos ascendiendo la carretera se estrecha y por la ventana derecha pareciera que volamos sobre el vacío.

El acceso a la zona es caótico. ¿Cómo se acota una montaña? Para evitar que la gente se cuele sin pagar, en cada camino que lleva al principio de la ruta de Song Shan hay montones de guardias que cortan el paso. Junto a ellos, una mesita de plástico y una sombrilla con publicidad de una marca de refrescos, y dos personas que van vendiendo entradas a 100 yuan (precio único). La entrada da derecho a recorrer libremente los múltiples senderos de montaña (de distintos niveles de dificultad y duración; para que dé tiempo se debe hacer noche) y a visitar los muchos templos que siembran, aquí y allá, hasta los lugares más recónditos de la montaña. También incluye dos demostraciones de kung fu de los alumnos de los distintos centros de artes marciales.



Por muy bonito que sea el Bosque de las Pagodas (era más verde e imponente el de Koja San, 高野山, en Japón), el motivo por el que el templo Shaolin es conocido es que los monjes desarrollaron aquí el kung fu en su forma primitiva, en principio imitando las posturas de los animales en la naturaleza, como método de concentración y entretenimiento, y más tarde como técnica de defensa contra saqueos y ataques. Como indican muchos libros, pues, aquí se juntan devotos budistas con fans de Mortal Kombat.

Para reponer energías, parada técnico-hidráulica en el restaurante budista vegetariano (como quien planta un Starbucks en la Ciudad Prohibida), nuevo y pulcro, y todo muy rico. La "otra" opción era la de siempre: bote de "tallarines exprés" (algún día lo explicaré) o salsichas y patatas hervidas que vendían en la calle.


Mi parte favorita de Song Shan fue la del Templo de los Mil Budas, todos diferentes y con un tono de piel verde azulado poco sano.
Paradójicamente, lo que menos me gustó fue el Templo Shaolin en sí, excepto por la zona de "farmacia" budista, en la venden ungüentos y apósitos contra el reuma, la artritis o sencillamente los hematomas que se hacen los alumnos cuando entrenan a diario.También el budismo, con todo su "dalai lama power" y su "I love Tibet" se ha ido degradando con los siglos. A no ser que el budismo vea con buenos ojos que los jóvenes alumnos pidan dinero mientras ejercitan su cuerpo y mente con posturas imposibles... cualquiera sabe. Pobres críos, al fin y al cabo todo niño debería tener derecho a comerse una buena bolsa de chuches a final de mes para quitar el mal sabor de boca de las contusiones.



A ver si Buda nos resuelve las dudas...

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